ACORRALADO

En plena crisis sanitaria, Jair Bolsonaro transita su peor momento político desde que es Presidente de Brasil.
El contexto de la pandemia del coronavirus COVID19 ofreció el escenario de “situación límite” que permite evaluar la capacidad de respuesta y de liderazgo de los gobernantes. Mientras la imagen de algunos mandatarios de la región (como Alberto Fernández de Argentina, Martín Vizcarra de Perú y Mario Abdo de Paraguay) crece y se consolida al ritmo de la efectiva conducción del estado de crisis, la imagen y la fortaleza de algunos otros se desploman. El exponente mas claro de este segundo grupo es Jair Messias Bolsonaro.
Si bien los problemas de gobernabilidad para el presidente brasileño no comenzaron con el coronavirus, su negligencia a la hora de atender la crisis sanitaria lo deja mucho mas expuesto en sus debilidades políticas.

Bolsonaro llega a esta situación habiendo perdido, en estos 15 meses de gobierno, algunas herramientas claves a la hora de gobernar un país tan grande y tan complejo como Brasil.
En primer lugar, perdió la mayoría parlamentaria de una manera insólita: quiso imponer a sus dos hijos como conductores de los bloques oficialistas en ambas cámaras (Flavio en el Senado y Eduardo en la Cámara de Diputados), lo que generó resistencia en muchos de sus legisladores que pidieron mas amplitud en la toma de decisiones. Bolsonaro los insultó y los trató de traidores, haciendo que muchos de ellos lo abandonen y lo dejen con minoría parlamentaria. Esa minoría le hizo muy difícil aprobar proyectos durante los últimos meses.
Por el mismo motivo que perdió la mayoría en el Congreso, perdió su coalición de gobierno. La gestión del ejecutivo brasileño quedó en manos de un círculo muy cerrado de “leales” con poca representatividad y sin apoyo de ninguno de sus partidos aliados.
Además, perdió incidencia en el Poder Judicial con el debilitamiento de su paladín, el ex juez Sergio Moro. Bolsonaro está imputado por delitos de corrupción y como sospechoso de ser el autor intelectual del asesinato de la concejala de Río de Janiero, Marielle Franco, a manos de una milicia supremacista. Por estos motivos, ya tenía pedidos de impeachment (juicio político) por parte de varias fuerzas políticas distintas.

Con todo esto, además de perder gobernabilidad, perdió muchísima popularidad. Se estima que mas de la mitad de sus votantes de 2018 ya le retiraron el apoyo.
¿Qué sucedió desde que estalló la crisis del coronavirus?
El presidente se cerró en su posición de subestimar la amenaza sanitaria, de la que no se movió un centímetro con el paso de los días, aún con el aumento exponencial de contagios y muertes que experimenta hora a hora y que lo ubica entre los 20 países del mundo con mas casos (mas de 3 mil) y entre los 15 países con mas decesos por esta causa (77).
No solo descartó cualquier tipo de medida restrictiva del normal desarrollo de la vida cotidiana de los brasileños, sino además abundó en gestos provocativos contra quienes recomiendan el aislamiento social. Por ejemplo, sostuvo la marcha contra el Congreso y la Corte que había planificado anteriormente y, siendo caso sospechoso a la espera de resultado del test, salió a saludar a la gente con abrazos, besos y apretones de manos.
Además, no tuvo reparos en ocultar sus rabietas ante cada medida que se tomaba contra su voluntad: protestó contra la suspensión del fútbol y el cierre de shoppings en ciudades con gran cantidad de casos, como Sao Paulo. Tuvo expresiones públicas llamativas en el contexto de crisis, comparando a Italia con Copacabana y afirmando que él está a salvo del coronavirus porque es un “atleta”.
El “paso a paso” de un aislamiento político
Ante la inacción del presidente y las recomendaciones, cada vez mas enérgicas, de la OMS de adoptar medidas drásticas para detener el contagio, algunos gobernadores comenzaron a tomar decisiones en ese sentido. Los gobernadores Wilson Witzel de Río de Janeiro y Joao Doria de Sao Paulo, ambos aliados de Bolsonaro y pertenecientes a los dos distritos mas grandes del país y con mas casos, cerraron centros comerciales y lugares de reunión, cancelaron eventos y prohibieron concentraciones de gente. A raíz de esto, el presidente los trató de cobardes e inició una guerra mediática con ellos.
Una de las medidas que tomaron los gobernadores fue el cierre de aeropuertos. Dicha medida fue demandada judicialmente por Bolsonaro que argumentaba que, como pertenecían al fuero federal, solo él podía tomar esa decisión. Así, logró suspender los cierres y dejar los aeropuertos abiertos.

El miércoles se viralizó un video de la reunión por videoconferencia entre algunos gobernadores con el presidente, filmado desde la oficina del gobernador Joao Doria de Sao Paulo, en el que se ve una fuerte discusión entre éste y Bolsonaro. En el video, Doria le explica que las medidas que estaba tomando eran acordes a lo que pedía la OMS para salvar vidas y Jair le contesta, a los gritos, acusándolo de traidor, recordándole que ganó la gobernación “gracias a él” y amenazándolo.
Esto provocó que 26 de los 27 gobernadores del país se reunieran por videoconferencia para conformar un comando para abordar la crisis con medidas que jurisdiccionalmente puedan tomar desde sus gobiernos excluyendo a Bolsonaro de las decisiones.
Este comando de 26 gobernadores decidió la declaración conjunta de “cuarentena general” en esos estados y la medida fue respaldada por todo el arco político del país (excepto el presidente) e incluso, por algunos hombres claves del gobierno nacional, como el Ministro de Salud, Luiz Mandetta, y el propio vicepresidente Hamilton Mourao. La posición de este último activó las alarmas porque, de prosperar un impeachment, es quien asumiría el mando del país.
En las últimas horas, el gobierno nacional lanzó un spot llamando a la gente a desobedecer la cuarentena dictada por los gobernadores y a salir a las calles.
La situación de hartazgo para con Bolsonaro por parte de todo el abanico político del país es notoria. El propio gobernador de Goias, Ronaldo Caiado, un acérrimo bolsonarista, salió a fustigar al presidente y afirmó que “con este hombre, no hay mas diálogo”.
En los hechos, al mandatario que se opone al aislamiento social le aplicaron el mas frío aislamiento político. A ese aislamiento se suman otros actores: los medios de comunicación que hace meses ya le bajaron el pulgar, el empresariado que afirma a viva voz que quiere un Brasil sin Bolsonaro y, lo que mas lo preocupa, una parte mayoritaria del ejército.
Todos los días a las 21 horas, millones de brasileños se convocan desde los balcones a “cacerolear” contra el presidente y el descontento se hace escuchar fuerte, aún en ciudades en las que el ultraderechista arrasó en las elecciones de 2018.
Con todos estos jugadores en su contra, asoma el peligro de un impeachment en el que las fuerzas opositoras (entre las que se encuentran sus antiguos aliados) tienen garantizado el número suficiente para concretar su destitución. Por ahora, el único freno a dicho proceso es que quien reglamentariamente debe impulsarlo, el presidente de la Cámara de Diputados Rodrigo Maia, opina que una situación de pandemia “no es momento para discutir una destitución” aunque reconoce que Bolsonaro es “un irresponsable y un peligro para la salud de los brasileños”.
El presidente tensó demasiado la cuerda con todos y hoy se encuentra solo y en un dilema: bajar la cabeza, reconocer la derrota y acompañar el lineamiento de los gobernadores en el combate de la pandemia; o continuar con la lógica de las amenazas y las agresiones a todos los que se opongan a él y a su inactividad respecto de la crisis, un camino que lo puede llevar, en pocos meses, a abandonar la Casa de Gobierno por la puerta trasera.
Por los indicios que dan sus apariciones públicas en las últimas horas, parece decidido a ir por la segunda opción hasta el final.