Y vos, ¿qué estás haciendo?

Hace días vengo dándole vueltas a estas ideas, pero sigo apabullada. En ese estado de conmoción en el que querés decir tanto que no podés decir nada. Suelo hacer notas con dato duro, pero advierto que el siguiente texto será más visceral. Porque nos toca a todas en nuestras fibras más internas e íntimas. Porque sabemos, en definitiva, que lo único que nos separa de ser la próxima es la suerte. Porque todas fuimos violentadas o tenemos alguna amiga violentada. En este momento, de hecho, miles de mujeres a lo largo y ancho del país son víctimas de violencia de género. ¿Y qué estamos haciendo para detener eso?
Hay muchas aristas donde apuntar para este cambio que queremos dar. Que necesitamos dar, porque en lo que va del año hubo 45 femicidios. Cuarenta y cinco de los que sepamos, pero quién sabe cuántas más hubo. El femicidio es el punto cúlmine, pero las formas de violencia son varias, múltiples. Y escalan.
No poder salir a la calle por miedo es violencia. Denunciar a tu agresor y que lo encubran es violencia. Que el Estado te dé la espalda 18 veces es violencia. La cobertura de los medios, una vez muerta, es violenta también. Porque hasta muertas nos vulneran.
Los medios rara vez cubren las noticias con perspectiva de género. Hablan del largo de la pollera, de “la fanática de los boliches”, como si vestir de cierta forma o tener vida sexual activa justificara que te maten. Medios que escanean la vida de la víctima de punta a punta, pero jamás hacen hincapié en el acusado.
¿Y qué hace el Estado para cuidarnos? Esta pregunta me la hago hace bastante. No es mi intención responsabilizar de una problemática tan extensa y compleja a un ministerio que tiene un año de vida y que articula también con diversos niveles de los tres poderes. Sobre todo con la Justicia, que llega tarde y rara vez castiga.
No caeré en un punitivismo excesivo. Entiendo –aunque en muchos casos no me guste- la presunción de inocencia como derecho de todos, independientemente del delito cometido, porque todos somos iguales ante la ley. Entiendo cuáles son las causales de prisión preventiva y por qué, por lo general, no se otorgan en estos casos. Lo que yo no entiendo es qué hace el Estado para cuidarnos en el interín entre que presentamos la denuncia –si es que nos la toman- y esta avanza en la Justicia. Porque la perimetral la usan para prender el asado del domingo y el botón antipánico tampoco nos da alguna garantía. Ciertamente, todo es insuficiente. Desde la base, la amenaza de tener una condena perpetua no frenó a ningún hombre de cometer un femicidio.
¿Y ellos qué hacen? Mientras a nosotras nos interpela como colectivo, a ellos los interpela en lo individual. “Yo no soy así”, te dicen ofendidos. “Yo no mataría a nadie”. Lo mismo dijo el femicida de Brenda Gordillo antes de asesinarla. “Yo no tengo ningún amigo violento”. ¿Hablarán entre varones de estas cosas? Hace unos días, la politóloga Leyla Bechara preguntó en su Instagram qué ocurría entre los hombres cis cuando intentaban hablar de machismo entre sus pares. Las respuestas –anónimas, claro- contaban las dificultades que se les presentaban. Quedar como el débil, el trolo, el “aliado”, que no te presten atención, que te ninguneen, que te excluyan.
Mientras ellos no son capaces de abrir una conversación, nosotras somos las que, desde muy chicas, aprendemos a cuidarnos, a no andar solas, a no salir a la calle de noche. A mandar un mensaje cuando llegamos. A revisar el vaso cuando salís, no sea cosa que te droguen. A frenarle el carro a ese amigo que se quiere pasar. A marcarle el comentario machista al otro, que te tilda de sensible y que “ya no se puede decir nada”. A pedir justicia por nuestra amiga, aunque un policía nos dispare en la cara. A ponerle el cuerpo a todo esto, porque cada pérdida es una daga que se clava un poquito más. Y como si todo esto no fuera suficiente, proponen como solución que andemos armadas, porque realmente creen que la responsabilidad de cuidarnos es nuestra y de nadie más.
Acá falta todo y estamos lejísimos del lugar donde queremos llegar, porque no se trata únicamente de un varón en soledad que perpetra un femicidio, sino también de un Estado ausente que permite que suceda. Se necesitan más políticas públicas concretas destinadas a capacitar y prevenir. Aplicación de la ESI, para que todes aprendamos a vincularnos y a reconocer actitudes violentas. Más información en los medios para saber a dónde recurrir. Más personal en las líneas directas de atención a la víctima. Más hogares para mujeres víctimas de violencia, para que ninguna se vea obligada a convivir con su agresor. Ley Micaela en todos los ámbitos, ya sean públicos o privados, y sobre todo en los medios de comunicación, para que a ninguna más le midan la pollera. Una reforma y capacitación en las fuerzas, para que la policía no te ningunee ni encubra miembros violentos, para que ningún violento cargue un arma. Una Justicia más rápida y eficiente, que deje de relegarnos o de escucharnos cuando ya es tarde. Que los tipos abran el pacto de caballeros y hablen de estas cosas entre ellos. Que le marquen a ese amigo lo que está mal. Nosotras, por lo pronto, ya estamos hartas de exigir, pero lo seguiremos haciendo para no lamentar ni una más.